Padecimientos
Anteriormente se creía que los trastornos del sueño afectaban muy poco a la población infantil y adolescente, lo que podría explicarse a que antes existía menor estrés a nivel familiar, presión escolar, tiempo que pasan ante pantallas (computadoras y celulares), o simplemente porque pasaban desapercibidos tanto por padres como por médicos, no se les prestaba importancia lo que se traducía en menos pacientes diagnosticados.
Se sabe además que existe cierto patrón familiar entre los trastornos del sueño, con mayor predisposición en aquellos niños cuyos padres padecen de alguno.
Actualmente sabemos que hasta un tercio de la población pediátrica y adolescente padece algún tipo de trastorno del sueño. Ésta cifra es alarmante y ha hecho que cada vez padres, maestros y médicos tengan mayor conciencia sobre éste tipo de situaciones.
Para poder diagnosticarlos es necesario acudir con un neuropediatra para que realice las evaluaciones necesarias, e incluso indicar un estudio del sueño llamado Polisomnografía.
Para poder comprender qué son los trastornos del sueño, se pueden dividir de una manera muy general en tres grupo:
Entre los trastornos que originan problemas para conciliar el sueño se encuentra el insomnio, que es la dificultad para lograr el sueño fisiológico y reparador. El insomnio puede ser de conciliación (dificultad para iniciar el sueño), de mantenimiento (presentar varios despertares durante la noche), e insomnio que despertar precoz, en el que el niño se despierta antes de la hora deseada y ya no es capaz de volverse a dormir.
Otro de los trastornos incluidos dentro de este grupo es el síndrome de las piernas inquietas, en el cual, el paciente siente una necesidad a veces no controlada de mover las piernas cuándo trata de dormir.
Los trastornos que presentan alteraciones durante el sueño son el síndrome de apnea – hipopnea, en el que la respiración se ve afectada, por lo cual la oxigenación del cerebro también, asociándose a ronquidos y en ocasiones a hipertensión arterial.
Las pesadillas son sueños no gratos que generan ansiedad y suelen asociarse a dificultad para volver a conciliar el sueño.
Los terrores nocturnos (diferente a las pesadillas), son eventos en los que, mientras todavía se encuentra dormido, el niño puede presentar gritos, angustia, sensación de miedo o agitación. En ocasiones asociado también al sonambulismo.
Por último, se encuentran los trastornos que se asocian con un exceso de sueño durante el día. El ejemplo clásico es la narcolepsia, trastorno en el que, mientras el niño se encuentra realizando sus actividades cotidianas, puede quedarse dormido de manera inmediata.
Independientemente del tipo de trastorno del sueño que padezca el paciente, los síntomas y manifestaciones durante el día suelen ser similares.
Por ejemplo, es común que los niños se encuentren cansados la mayor parte del tiempo, que tengan problemas de concentración, bajo rendimiento escolar o deportivo, irritabilidad o mala conducta, tristeza (ya que se asocia con depresión), solo por mencionar algunos.
Ante la sospecha de un trastorno del sueño, la recomendación es no minimizar la situación ni dejarla pasar por asociarla a “un mal momento” o “una mala etapa”, ya que esto es uno de los errores más frecuentes que pueden ocasionar que el problema se perpetúe.
Se debe acudir al médico especialista, en este caso el neurólogo pediatra, quien es el experto en el tema. Una vez en la consulta, el médico realizará un cuestionario en el que participarán los padres, el niño, siendo además de gran utilidad los comentarios que puedan proporcionar los cuidadores y maestros.
A pesar de que los estudios especializados (como resonancia magnética o estudios de laboratorio) no suelen ser necesarios para el diagnóstico, pueden llegar a ser de utilidad sobre todo para descartar otras situaciones.
Una vez realizado el diagnóstico y determinando la gravedad del mismo, se inician las medidas terapéuticas.
1.- Higiene del sueño.
La higiene del sueño es el primer escalón de tratamiento en adultos y cobra aún mayor importancia en los niños. Éste término hace referencia a eliminar o modificar todas aquellas situaciones que puedan afectar que tengamos un sueño fisiológico.
Algunos ejemplos son: no tomar productos con cafeína al menos dos horas antes de acostarse, tratar de ir al baño antes de dormir, evitar el uso de pantallas en la coma, o leer libros estando acostado, irse a la cama a una hora razonable, dejar el tabaco, crear un ambiente con adecuada iluminación y que sea reconfortante para nosotros. En caso de ser posible, eliminar los eventos que nos generan estrés, tener una cena ligera, evitar siestas muy largas.
2.- Apoyo psicológico.
En algunas ocasiones el apoyo psicológico puede ser pieza clave, sobre todo en aquellos niños que están pasando por alguna situación que es difícil de controlar o asimilar para ellos, como por ejemplo la pérdida de un ser querido, el bullying, o problemas de los padres.
La terapia cognitivo conductual es muy útil a la hora de controlar estos problemas, además de que le brinda al paciente las herramientas para que se adapte y enfrente sus problemas.
3.- Tratamiento farmacológico.
A diferencia de los pacientes adultos, en los niños se trata de evitar el uso de fármacos, ya que, como se mencionó anteriormente, la higiene del sueño es la mejor opción. Además, algunos fármacos no están probados en niños, pueden tener efectos adversos o generar cierto tipo de dependencia.
NOTA. Sin embargo, cuando son necesarios y están prescritos de una manera justificada, son muy útiles. En este caso, el especialista es quien se encargará de platicar con nosotros sobre los pros y contras de cuándo utilizarlos.